Leonardo da Vinci

Leonardo da Vinci

En el año 1452, nació en Vinci, Toscana, una figura preexcelsa del Renacimiento italiano, en cuyo enciclopedismo podemos encontrar lo siguiente: una inventiva plausiva escoltada por una curiosidad famélica, voraz, insaciable; dotes pictóricas, escultóricas, líricas, arquitectónicas, filosofales y deportivas y conocimientos en anatomía, hidráulica, geología, urbanismo, mecánica, cartografía, ingeniería y música. Ese día vino al mundo el que quizás es el polímata más célebre de la historia de la humanidad. Una familia adinerada fue su regazo.

De su madre, Caterina, se conocen pocos datos. Sabemos que era campesina y que dejó a su hijo extramarital en manos de la familia del padre, ser Piero. Este, que era notario por herencia, gozaba de una quinta en Vinci, la cual dispuso ante el pequeño Leonardo una enorme cantidad de elementos (de naturaleza animal, vegetal y mineral) que él descubriría y estudiaría. Su condición de hijo ilegítimo no le produjo pesadumbre alguna y, en lo relativo a su economía, no debió de ser capaz de hallar un motivo para quejarse.

En la primera obra suya de la que tenemos certeza, se manifiestan algunas características nacidas de su personalidad que acompañarían su arte hasta la tumba: el claroscuro, los paisajes pedregosos, etcétera.

Un campesino había visitado a su padre para pedirle que le pintase un escudo lignario, el cual tomó el niño para representar sobre el mismo, al cabo de prolongadas cavilaciones, un monstruo que resultaba de la espantosa y hedionda mezcla de saltamontes, grillos, serpientes, murciélagos, lagartos y otros animales: un dragón ignívomo cuyo cuerpo se ensortijaba en torno a rocas resquebrajadas y cuyas fosas nasales humeaban. Cuando la juzgó terminada, la colocó en el caballete, acomodó la ventana de suerte que la luz incidiese en la rodela originando el efecto que pretendía y llamó a su padre. En el momento en que iba a entrar, retrocedió un paso horrorizado y Leonardo pronunció lo siguiente: Ser Piero encomió a su hijo y, al cumplir este los catorce años, lo llevó al taller de Verrocchio donde estudió las bases de la técnica.

No tardaron en invertirse los roles y el polifacético, cuando menos de forma indirecta, se convirtió en el maestro de su maestro, creando así un trueque de saberes e influencias que ligó de un modo tenaz e indestructible a estos dos virtuosos. De dicho vínculo proceden algunas colaboraciones, como el "Bautismo de Cristo", en donde no se discute que el ángel que mira a Jesús ha sido ejecutado por Da Vinci. Vasari narra que, al ver Verrocchio la elegancia y madurez con las que su alumno había pintado al espírutu celeste, desistió y lanzó los pinceles, desanimado por completo.

Entre sus condiscípulos más afamados están Lorenzo di Credi y el Perusino, quien fungiría como mentor de Rafael. Y este último lo rezagaría más adelante.

Uno de los ensayos más antiguos de Leonardo data de sus 21 años. La particularidad que lo vuelve mencionable es que ahí se patentiza que su escritura era especular, es decir, que comenzaba en la última página y se leía de derecha a izquierda, lo que trasforma sus manuscritos en joyas abstrusas. Existen muchas posibles explicaciones para este llamativo hecho. Quizás lo hacía porque no deseaba desaliñar la tinta, ya que era zurdo, o acaso porque quería que las conclusiones de sus investigaciones fuesen inextricables. Otras hipótesis señalan que el culpable era su carácter, pues era un empedernido y férvido amante de los retos.
Amén de esto, aborrecía la imprenta, por lo que se mantuvo inédito hasta su último día. Alrededor de sus 23 años, vivió la aparición del primer hermano y, con ello, su serenidad cesó. Pensó en emanciparse de su padre y abandonó pronto su casa. En sus escritos se refería a su progenitor por su nombre, ser Piero. Y cuando murió contó el suceso con una sequedad tal que no se entrevía ni siquiera un sentimiento, cosa común en la época en la que se condenaba todo género de patetismo, aunque en él este rasgo sufría de hipertrofia. Sin embargo, se dice que gastaba una bondad gigante, al menos para con los animales y las personas más menesterosas. Donde vendían pájaros, los compraba para darles libertad, por ejemplo.

A medida que el tiempo transcurría, Leonardo se iba granjeando reputación. No obstante, no se conformaba con la tierra florentina. Lo inquietaban sobre manera las limitaciones. Recordemos que se había despojado de su familia y que cabe una tremenda posibilidad de que sus paisanos lo hayan injuriado por su condición de hijo natural. Fuera de Florencia, se ignoraba tal. Ciertos biógrafos coinciden en que, cuando contaba treinta años, emprendió un viaje a Milán, donde gobernaban los Sforza, para tocar el laúd ante el príncipe, quien era un filarmónico. Utilizó un instrumento modelado por él mismo, valiéndose de sus habilidades de lutier, y recibió muchos elogios.

Ludovico el Moro, un mecenas activo, diplomático, culto y tan inquieto como Leonardo, yacía en el trono milanés. Le encargó al artista una estatua ecuestre de Francesco Sforza, el fundador de la dinastía, en lo que hubo de invertir dieciséis años. Dicho monumento infringía una importante norma, pues, en esos tiempos, las únicas efigies dignas de exhibición eran las de los santos. A pesar de todo, es menester que aclare dos detalles. En primer lugar, esta ley se había quebrantado antes por otras personas y, por otro lado, la estatua nunca alcanzó a erigirse.

La colaboración en fiestas y labores de ingeniería y arquitectura, pasión suya en esa etapa de su vida, constituían el trabajo de Leonardo en un principio. Portaba siempre a la cintura un cuaderno y anotaba todas sus observaciones y pensamientos, a causa de lo cual se conservan más de 7000 hojas atestadas de dibujos, máquinas imaginarias e ideas, si bien cierto es que padecía de una inconstancia exorbitante y un ánimo inestable.

El convento de los dominicos, en Santa María, encomendó a Leonardo una pintura en un muro de la iglesia que se iba a levantar. Confeccionó la obra con tanto tesón que logró la que es considerada la mejor de su autoría: "La última cena". Debía pintar otro cuadro antes de partir para trabajar en la casa real francesa, movido por cartas enviadas por Charles d'Amboise. Realizó entonces, en cuatro años, el retrato de una mujer cuyas fascinantes facciones (máxime su sonrisa) inspiraron a una desmesurada cantidad de literatos, filósofos, cineastas, músicos y teóricos: "La Gioconda".

Leonardo viajó luego entre Milán, Roma y Francia y acabó en el palacio de Cloux, ubicado en este último país, donde viviría sus tres años postreros. Se dedicó a los estudios anatómicos y botánicos y no paró de rellenar páginas con planos de inventos extravagantes. Es incontrovertible que cultivó hasta el final. Enfermó de gravedad y redactó su testamento.

Leonardo da Vinci, sin duda uno de los genios más colosales que conoció el mundo, expiró el 2 de mayo de 1519, acompañado por Melzi, admirador y discípulo, a quien legó sus manuscritos, dibujos e instrumentos.

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